miércoles, 4 de junio de 2008

Sitio Reyes Mantecón


No sé si esté sentado en la misma dirección que tú en este momento, leyendo el libro aquel que se escribía mientras miraba pasar la calle y su gente, como nuevos amigos en su trajín diario, en el atardecer que pronto se hacía noche.

No sé si es por estar aquí, en la banca de siempre, esperando la primera estrella que se oculta tras la sierra, esperando el primer cliente después de haber barrido la banqueta, levantando las virutas de lo que quedó ayer y de los que acamparon en el lugar durante el día.

No sé si es por el vecino niño que crece a chingadazos, rumbo al norte con un coyote que lo espera en Río Negro, huyendo de su padre y buscando varo.

Será –tal vez–, porque en medio de cada silencio el aire cierra sus ojos y los vuelve más ávidos por salir corriendo tras la tormenta que centellea en el horizonte, como vaticinando una victoria de mujeres y niños entre las montañas y los valles,
y como si sus destellos fuesen de un torito que gritase en la ebriedad de su alegría.





Hugo Cortés

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